Textos de historia militar
medieval
LAS REVOLUCIONES MILITARES DE LA GUERRA
DE LOS CIEN AÑOS
Clifford F. Rogers
“The Military Revolution Debate”, Editor
Clifford J. Rogers, Westview Press, Boulder,Colorado, 1995. Capítulo 3
NOTA. La llamada * corresponde a comentarios de quien traduce.
LA REVOLUCIÓN DE LA
ARTILLERÍA (Segunda Parte)
Sobre lo base
de lo relatado previamente, puede decirse que una revolución ocurrió en el arte
de la guerra hacia 1420-1430, cuando la preponderancia de la defensa en la
guerra de sitio, que llevaba siglos de duración, fue destronada por la
artillería. ¿Cuál fue la naturaleza de tal revolución?
A primera
vista, las descripciones contemporáneas de la campaña de 1450 podría llevar a
los historiadores a atribuir el increíble éxito francés al sistema
“vaubanesque” * de guerra de sitio.
* El mariscal Vauban, que vivió
doscientos años después de estos acontecimientos, es un célebre ingeniero
constructor de numerosas fortalezas, la mayoría de las cuales se conservan casi
intactas. También desarrolló un Método
para el asedio de plazas fuertes, habiendo dirigido nada menos que 47 de ellos.
El llamado estilo Vauban es al que hace referencia el autor.
No existen
dudas acerca de que los métodos de los hermanos Bureau ** fueron admirables, espectaculares y
contribuyeron significativamente al éxito de la artillería francesa a mediados
del siglo quince. Sin embargo, un relato del sitio de Harfleur, escrito en
1416-17, ya describe el mismo método de aproximación y bombardeo de posiciones
protegidas. Por lo tanto, debemos observar en otras partes desarrollos que
posibilitaron que la artillería de 1450 derribara las murallas de las
fortalezas más poderosas.
* Jean y Gaspard Bureau reorganizaron la
artillería de campaña francesa durante la última etapa de la Guerra de los Cien
Años, basándose especialmente en los cañones, cuya utilización revolucionaron
ya que no sólo se destinaron a los sitios sino también fueron usados
decisivamente en batallas campales. Los principales adelantos fueron la
estandarización de los calibres y la fabricación de cañones con hierro fundido
en lugar de hierro forjado. La batalla de Castillon, librada en 1455, en la que
la artillería francesa tuvo un rol
esencial, selló la derrota definitiva de los ingleses en aquella guerra.
Se ha
argumentado que el diseño de los cañones permaneció esencialmente inalterado
hasta bien entrado el siglo quince y que los avances más importantes fueron
realizados por los pioneros de la artillería, Jean y Gaspard Bureau, siendo
designado el primero de ellos Gran Maestre de la Artillería Francesa (Grand
Maître de l’Artillerie de France), hacia 1440. Sin embargo, los cañones se
desarrollaron lenta pero firmemente a través de todo el siglo quince y muy
rápidamente en los primeros años del siglo dieciséis. Ciertamente, los
desarrollos en el diseño de los cañones más críticos con relación a la Revolución de la Artillería , aparecieron
en los años 1400-1430. Estos desarrollos incluyeron cambios en el diseño y
fabricación de los cañones, en los métodos de carga y en la fórmula de la
pólvora usada en los mismos.
Probablemente
el más importante de estos desarrollos fue el alargamiento del ánima de los
cañones. En 1400 las bombardas más grandes tenían un ánima cuya longitud era de
1 a 1,5
veces el diámetro de los proyectiles que disparaba. A más tardar en 1430, la relación
creció a 3 a
1 ó más. Adicionalmente al incremento de la precisión del disparo (haciendo
posible concentrar una gran cantidad de disparos sobre un área reducida), la
nueva relación aumentó el tiempo durante el cual la presión de la pólvora
propelente al inflamarse aceleraba el proyectil, y esto incrementaba
significativamente la velocidad inicial del proyectil. Teniendo en cuenta que
la energía cinética de la bala está en función del cuadrado de su velocidad,
esto se traduce en un aumento de la eficacia de las nuevas armas. Como
advirtieron los artilleros de la época, también hubo con ello un aumento del
alcance de las armas.
El
alargamiento del ánima de las bombardas tuvo un efecto secundario igualmente
importante. En los primeros años del siglo quince, con las bombardas todavía de
ánima corta, debía usarse para su carga un procedimiento más bien complicado.
Los servidores del cañón llenaban la recámara * con pólvora unas tres quintas partes
de la longitud del ánima; el quinto siguiente se dejaba sin relleno y el
restante lo ocupaba un tapón de madera blanda que cerraba exactamente la salida
de la cámara. Entonces el proyectil se ponía en el ánima fijado con cuñas de
madera blanda. Finalmente, para obtener el sellado más ajustado (para reducir
la pérdida de presión por resistencia) se colocaba barro húmedo mezclado con
paja, dejando que se secara. Después del disparo, antes de volver a cargarla,
era necesario dejar que la bombarda se enfriara[1]. Lo
complejo del procedimiento hacía que el disparo fuera tan lento que un maestro
artillero, que había logrado el hecho remarcable de disparar su bombarda tres
veces en un mismo día, logrando hacer blanco en todas las ocasiones, fue
forzado a peregrinar desde Metz hasta Roma, debido a que se creyó que “sólo podía
estar asistido por el diablo”[2].
* El ánima de la
bombarda tenía dos secciones: el ánima propiamente dicha y la “recámara de la
pólvora”. En esta última se cargaba la pólvora y el proyectil entraba en el
ánima hasta hacer contacto con la boca de la recámara. El diámetro interior de
esta (su “calibre”), era inferior al del ánima.
Los cañones
con ánimas más largas amenguaron este problema. Siendo que la bala estaba bajo
la presión de los gases procedentes de la combustión de la pólvora durante más
tiempo, podía aceptarse algo más de pérdida de la misma por efecto de la
resistencia, con lo que se prescindió del sellado de barro húmedo. Esto
permitió una cadencia de fuego mayor.
En la medida
que cañones de esta clase se hicieron más comunes, hubo un cambio importante en
el proceso usado para fabricarlos. A finales del siglo catorce, las ánimas de
las grandes bombardas de hierro se hacían bien forjando una gran plancha de
hierro alrededor de un cilindro, o bien enrollando en espiral una cinta de
hierro, formando un cilindro de la misma forma que los espirales de un resorte.
De todos modos, estos métodos no podían mejorar más allá de cierto punto. En
algún momento de los primeros años del siglo quince, probablemente hacia 1420,
los armeros desarrollaron una nueva técnica que haría posible que lograr
grandes cañones con ánimas largos: los hicieron con largas duelas de hierro,
colocadas en su lugar alrededor de un núcleo de madera cilíndrico, reforzadas
con bandas de hierro al rojo-blanco, martilladas contra el núcleo como si
fueran los zunchos de un barril. Los zunchos o bandas, al enfriarse, unían las
duelas firmemente entre sí.
* Un
ejemplo de bombarda construida con duelas, la llamada Pumhart von Steyr, actualmente en el Museo Histórico del Ejército,
en Viena. Se observa en la boca de la bombarda
como sobresalen los extremos de las duelas, así como los zunchos en la
superficie exterior del ánima. Su calibre era de 820 mm y disparaba balas de
piedra de 80 cm
de diámetro y 1.500
libras de peso (680 kg ), a 600 metros de distancia,
con una elevación de 10º y una carga de pólvora de 15 kg (se ve a la izquierda
uno de los proyectiles). Pesaba unas ocho toneladas y la pieza tenía una
longitud de 259 cm
y el ánima 144 cm .
Aproximadamente en la misma época, una innovación metalúrgica
hizo menos costosa la enorme cantidad de hierro usado en estos procesos: la
adición de piedra caliza al fundido durante el proceso de refinamiento del
mineral de hierro... El procedimiento logró producir mayor cantidad de hierro a
partir una cantidad dada de mineral, con lo que su costo se abarató.
Entretanto, como la fabricación de grandes cañones de hierro se hizo más
rutinaria, los servicios de los forjadores fueron menos onerosos. El costo de
un cañón -cuyo precio estaba en relación directa con su peso- cayó
significativamente (alrededor de un tercio) como resultado de estos cambios.
Más o menos simultáneamente con estos desarrollos, un cambio
importante tuvo lugar en un área relacionada con los mismos: la fabricación de
pólvora. Alrededor de 1400, comenzaron a aparecer fórmulas de pólvora que
parecían acercarse a la proporción ideal de salitre (nitrato de potasio),
azufre y carbón [3]. Pero
entonces, en la segunda década del siglo, pareció que la ciencia de la
fabricación de pólvora dio un paso atrás, apartándose significativamente de las
proporciones “ideales”. Considerando el elevado costo de la pólvora, parece
extraño que los artilleros adoptaran una forma de la misma menos efectiva. La
explicación de esta aparente paradoja reposa sobre una todavía nueva técnica:
el granulado de la pólvora. Aunque existen evidencias de que los ingleses
podrían haber utilizado este procedimiento ya en 1372, parece que el mismo no
fue usado en el Continente sino hacia 1410, y diez años más tarde se había
generalizado. Los componentes de la pólvora se mezclaban húmedos * y se
secaban formando granos. Esto implicaba una serie de ventajas sobre la pólvora
usada hasta entonces, cuyos componentes se mezclaban y cribaban secos. Los
elementos cribados de la pólvora tendían a separarse mientras eran
transportados, en tanto la pólvora granulada no sufría tal deterioro. Lo más
importante era que la estructura de la pólvora granulada permitía que el
proceso de encendido tuviera lugar principalmente entre los granos, más bien que dentro
de los mismos, con lo cual se aceleraba el proceso de transformación del estado
sólido al gaseoso [4].
Algunos maestros armeros de la época sostenían que la pólvora granulada era
tres veces más poderosa que aquella con sus ingredientes cribados en seco.
Pese a ello, aparecía un problema: el marcado incremento de
la presión en la recámara del arma tornaba posible que hiciera estallar el
cañón en lugar de aumentar su efectividad [5].
Esto que resulta fácilmente comprensible, explica el cambio en las proporciones
“ideales” de los componentes de la pólvora: la pólvora granulada con menos
salitre era no sólo más barata sino más poderosa que la pólvora cribada de
proporciones “perfectas” entre sus componentes, pero no tanto más poderosa como
para poner en peligro la integridad del cañón.
En consecuencia, entre 1440 y 1430, una serie completa de
innovaciones interconectadas incrementaron sinérgicamente el poder y la
eficacia de la artillería. El desarrollo del método de las duelas zunchadas
hizo posible que aun los cañones más grandes tuvieran ánimas más largas, cuya
adopción aumentaba la seguridad, el poder y la cadencia de fuego. El nuevo
procedimiento de procesado del hierro y la creciente habilidad de los maestros
armeros, posibilitaron un abaratamiento de los cañones y la pólvora granulada
hizo que su uso fuera más poderoso y de menor costoso. La cantidad y tamaño de
los cañones en uso aumentaron rápidamente. Todos estos elementos, en conjunto,
invirtieron la centenaria superioridad de la defensa en la guerra de sitio,
llevando a la destrucción las murallas de los castillos medievales.
Otros mejoramientos importantes tuvieron lugar en los años 1450 a 1470, incluyendo la
adopción generalizada de la cureña de dos ruedas, los muñones y las balas de
hierro. Las grandes bombardas fueron dando paso a cañones más pequeños, baratos
y transportables, particularmente los de avancarga fundidos en bronce. Sin
embargo, por importantes que puedan haber sido los últimos cambios desde el
punto de vista técnico, fueron las primeras innovaciones las que tuvieron la
mayor importancia para la conducción real de las operaciones, como lo muestra
el análisis de los sitios en los años 1410 a 1430, según se ha reseñado más arriba.
[1] Los
fowlers y otros cañones más pequeños, generalmente tenían ánimas largos, con
cámaras de pólvora de quita y pon, que tenían la forma de “jarras de cerveza”,
de las cuales cada cañón estaba con dos o más. Esto permitía que el cañón se
cargara por la culata, no siendo necesario fijar el proyectil con cuñas ni usar
sellados. Las cámaras podían mantenerse cargadas y ser reemplazadas sin
aguardar a que el cañón se enfriara completamente. Por lo tanto, su cadencia de
fuego era muy alta.
[2] Unas
pocas evidencias muestran que podían dispararse entre seis y ocho proyectiles
por día con grandes bombardas con ánimas cortos.
[3] La
mezcla ideal es de aproximadamente 75% de salitre, 12% de azufre y 13% de
carbón. Una fórmula ampliamente usada hacia 1400 era de 71%, 13% y 16%,
respectivamente.
[4] La
más rápida transformación en gas significa que una mayor fuerza explosiva se
producía antes de que el proyectil
abandonara el ánima, aplicándose en consecuencia sobre el mismo.
[5] En
cualquier caso, el estallido del cañón era bastante común. En el sitio de
Aberiswyth en 1408, por ejemplo, los ingleses perdieron sus dos grandes cañones
“Neelpot” y “Messager” así como dos pequeños cañones, poco después estalló el “Kyngesdoghter” en Harlech.
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