Textos
de historia militar medieval
LAS
REVOLUCIONES MILITARES DE LA GUERRA DE LOS CIEN AÑOS
Clifford F. Rogers
“The Military Revolution Debate”, Editor
Clifford J. Rogers, Westview Press, Boulder,Colorado, 1995. Capítulo 3
En lo que consideramos como la parte
más trascendente de su trabajo, Rogers dedica una serie de análisis acerca de
la significación de la que ha denominado “revolución de la infantería” en lo
que hace a su repercusión sobre diversos aspectos que trascienden al marco
estricto de la guerra. El más notable de tales aspectos se refiere al
protagonismo que poco a poco va logrando una categoría social, integrada por
burgueses, campesinos, artesanos y en general por todos aquellos que no
formaban parte de la nobleza, el clero y de las jerarquías militares. En una
palabra, la plebe. En esta traducción, “Común”, “Comunes” o “Comuneros”. Tal protagonismo, que se proyectará con fuerza en los
siglos venideros, surge de la actuación de esta categoría social en la Guerra
de los Cien Años como elemento esencial de la “Revolución de la Infantería”.
IMPACTO SOCIAL DE LA REVOLUCIÓN DE LA INFANTERÍA
La
significación de la
Revolución de la Infantería , que comenzó a dar sus frutos entre
las décadas de 1330 y 1340, se extendió mucho más allá de su impacto inmediato
en la conducción de la guerra. Que existe una relación entre el poder militar y
el poder político es algo por sí mismo evidente. Por ello, no debiera
sorprender que la importancia creciente de la infantería del Común en el campo
de batalla se reflejara en la influencia política de los comuneros,
especialmente en aquellas naciones como Inglaterra y Suiza en los que la
Revolución de la Infantería se había manifestado con mayor fuerza.
Es cierto que
esta creciente importancia del Común derivaba tanto de la necesidad de los
gobiernos para asegurar el apoyo económico de la población para sostener
esfuerzos de guerra prolongados como de la necesidad de contar con sus
servicios militares [1], aunque parte de las
razones por las que los nobles necesitaban el consentimiento del Común antes de
disponer de sus bienes para sostener los esfuerzos de guerra radicaba en
creciente capacidad de la población para resistir militarmente a la opresión,
que en gran parte tenía su origen en la Revolución de la Infantería.
Por ejemplo,
en 1340, la administración inglesa no se atrevió a recaudar los impuestos que Eduardo
III necesitaba para su guerra en el continente, “por temor a la guerra (civil)
y porque el pueblo podría rebelarse antes de dar algo más”. Los Comuneros que
adhirieron a la Gran
Revuelta de 1381 en Inglaterra, que se había desencadenado
por los regresivos impuestos personales de 1377-1380, por lo general estaban
armados con arcos largos y su líder, Wat Tyler, había prestado servicios en
Francia. No lograron todos sus objetivos, pero tuvieron éxito en la abolición
de los impuestos personales. Los gobernantes de la época comprendieron bien
esta conexión entre poder político y militar de los Comunes: Carlos VI de
Francia dejó de lado su intención de imponer un entrenamiento generalizado de
arquería, “si se juntan todos, tendríamos
menos poder que los príncipes y los nobles”.
Es algo más
que una llamativa coincidencia que los Estados Generales en Francia se hayan
reunido por primera vez en el año de la batalla de Courtrai… (véase Anexo I).
En las guerras
contra los escoceses y los galeses, el reclutamiento en burgos y condados había
cobrado una importancia significativa desde fines del siglo trece. Las tácticas
basadas en el uso de los arcos largos se desarrollaron casi simultáneamente con
la regularización del Parlamento bajo Eduardo I, y dieron a ese monarca la
reputación de ser el padre de ambas innovaciones. Sin embargo no fue sino hasta
el reinado de Eduardo III que la importancia de los Comunes en el Parlamento
igualó a la de los Lores. Del mismo modo, la importancia de los arqueros igualó
a la de los caballeros montados en el campo de batalla.
El primer
caso que se registra de una reunión de los Comunes separados de los Lores en el
Parlamento, ocurrió en 1332, poco después de la batalla de Duplin Muir, la
primera de las grandes victorias logradas por los arqueros ingleses durante el
reinado de Eduardo III. En la década de 1340, después que los arqueros hubieron
continuado probando su importancia en Halidon Hill (1330), Cadzand (1337) y
Sluys (1340), los Comunes habían alcanzado su madurez política.
Hacia la
misma época, los Comunes comenzaron a tomar regularmente la iniciativa
legislativa, consintiendo nuevos impuestos a cambio de concesiones políticas.
En 1352, a
mitad de camino entre las batallas de Crécy y Poitiers, a su derecho a
establecer impuestos directos, agregaron el control sobre los impuestos
indirectos (sobre todo en los derechos de aduana sobre la lana) “En 1369 -escribe el historiador
parlamentario G.L. Harris- los Comunes…
se habían asegurado todos los poderes que tendrían en los próximos 200 años”.
No intento
sugerir que la relación entre estas dos series de acontecimientos sea simple y
directa. Sin embargo, pocas dudas caben acerca de que existe una conexión, y la
concesión de derechos militares a la población no aristócrata contribuyó al
crecimiento de su influencia política[2].
Después de todo, para la mentalidad medieval la profesión de las armas estaba
relacionada inseparablemente con los “privilegios” y la “nobleza”. No debiera
sorprender entonces que la calificación mínima para conceder a un hombre el
derecho de votar en elecciones parlamentarias fuera fijada en tan bajo nivel
como 40 chelines de ganancia anual proveniente de la tierra (la misma suma que
legalmente lo obligaba a ser dueño de un arco, poniéndolo en la clase de la que
se reclutaban la mayoría de los arqueros a pie). Había por lo menos un caso en
el que la conexión entre el crecimiento de poder militar y el poder político
era bastante simple y directa: como lo ha señalado J.F.Verbruggen, las
cofradías flamencas, que proveían el marco para sus reclutamientos comunales, “adquirieron poder político, organizaron sus
sistemas legales propios y controlaron sus finanzas” a partir de la batalla
de Courtrai.
En un plano
menos elevado, el impacto social de la Revolución de la Infantería se hizo
sentir en los campos de batalla, con remarcables consecuencias en la concepción
europea de la guerra. Durante los regímenes feudales de Europa Occidental, en
los siglos doce y trece, la guerra frecuentemente se parecía más a un deporte
que a una cuestión seria. En la Guerra de Flandes de 1127, que involucró a
alrededor de mil caballeros luchando por un año, sólo uno murió a manos del
enemigo… En Bouvines, que Ferdinand Lot describe como “un Austerlitz medieval”,
los victoriosos franceses dijeron haber perdido sólo dos caballeros (de un
total de 3.000), en tanto podrían haber muerto entre 70 y 100 de los 1500
caballeros alemanes que resultaron derrotados. En Lincoln (1217) murieron tres
caballeros y 400 fueron capturados. Orderico Vitales narra que en Brémule
(1119), donde se enfrentaron 900 caballeros de dos ejércitos reales, sólo
murieron tres. Esta escasa cantidad de bajas caracterizó a la guerra en Europa
antes del advenimiento de la Revolución de la Infantería. En Courtrai los
franceses perdieron 400 caballeros. Devolviendo el golpe, en Cassel (1328) murieron
unos seiscientos flamencos. Azincourt significó la muerte de más de 1.600
caballeros franceses y tal vez otros 8.000 soldados. Más de 8.000 murieron en
Verneuil (1424).
Sin lugar a
dudas, la Revolución
de la Infantería
hizo de los campos de batalla de Europa un lugar mucho más sangriento. ¿Cómo
puede explicarse este contraste? Orderico Vitalis explica las pocas bajas en
Brémule diciendo: “todos estaban
blindados con armaduras y se perdonaban unos a otros en ambos lados, por el
temor de Dios y la hermandad de armas. Estaban más ocupados en capturar que en
matar a los fugitivos”. Con tacto, Vitalis prescinde de lo que debe haber
sido la primera de las razones para “perdonarse unos a otros”: el rescate. La
frase “cuesta lo que el rescate de un rey” es de uso común en la actualidad
para indicar una gran suma de dinero, y por una buena razón: el rescate de Juan
II de Francia de tres millones de coronas (500.000 libras ) en
1360. Esta cifra fue verdaderamente excepcional…, aunque por cautivos menos
encumbrados se pagaron grandes sumas. Henry de Grosmont aparentemente recibió
más de 80.000 libras
por su parte en el rescate de los prisioneros tomados en Auberoche y Bergerac.
El Duque de Alençon percibió 26.000 libras y Bertrand du Guesclin, el
soldado de origen humilde que llegaría a Condestable de Francia, unas 11.000 libras . A
caballeros menos importantes correspondían rescates menores, pero así y todo
capturarlos era preferible a matarlos.
Mucho cambió
cuando la infantería del Común llegó a ser una fuerza importante en el campo de
batalla. Sus integrantes, por lo general, no tenían a su disposición grandes
sumas para rescate, por lo que su captura carecía de tal aliciente; tampoco
compartían “la hermandad en armas” que unía a los caballeros aun de diferentes
nacionalidades. Más bien se trataba de lo opuesto: las diferencias de clases
entre caballeros y burgueses o paisanos frecuentemente estimulaban una extrema
sed de sangre. De Morgarten en adelante, los suizos eran famosos por no dar ni
pedir cuartel. Los flamencos en Courtrai no tomaron prisioneros. Los franceses
victoriosos en Roosebeke, derrotando a la infantería flamenca, “no sintieron
compasión por ellos, no más que la que podrían haber sentido si hubieran sido
perros”.
Simples
factores técnicos también contribuyeron al incremento de las bajas durante la Revolución de la
Infantería. Las picas y los arcos largos, por su propia naturaleza, estaban
concebidos para matar al oponente antes de que pudiera estar a distancia adecuada
como para alcanzar a quien lo atacaba, y era difícil entonces ofrecer o aceptar
la rendición estando alejado. El valor de la pica, además, reposa enteramente
en su uso por una formación cerrada y, una vez más, habría sido imposible tomar
prisioneros sin romper tal formación. Por cierto, alabardas, goedendags y gujas
no mantenían al enemigo a distancia, pero siendo armas lentas y difíciles de
manejar, un soldado armado con cualquiera de ellas debía esforzarse para abatir
a su enemigo con el primer golpe, porque era improbable asestar un segundo
golpe. Y un golpe de alabarda, hecho con un giro total raramente dejaría a la
persona golpeada en condiciones de rendirse.
Considerando
estos factores sociales y técnicos, no es difícil darse cuenta de la razón por
la que los campos de batalla de la Revolución de la Infantería eran tan
sangrientos… Desde entonces, los europeos han tenido un acercamiento
desacostumbrado a la letalidad de la guerra. Parker ha subrayado la importancia
de esta concepción europea de la guerra en las conquistas de los primeros años
de la Edad Moderna, aunque no identifica su origen. Parker contrasta la guerra
“sangrienta y devoradora” de los europeos con la de los indios narrangansett,
que “podían guerrear durante siete años y no matar a siete hombres”. Pero, como
se ha visto, lo mismo ocurría en Europa Occidental durante los siglos doce y
trece, pero no después del advenimiento de la Revolución de la
Infantería.
Tal
revolución fue sólo el primero de una serie de periodos de cambios rápidos en
la forma de guerrear europea, lo cual significó poner en duda el concepto de
una única y omnicomprensiva “Revolución Militar”. Aún cuando la Revolución de
la Infantería había alcanzado su desarrollo total, signos tempranos de una
próxima “revolución militar”, la Revolución de la Artillería, comenzaban a
aparecer.
[1] Edward
Miller ha señalado que a principios del siglo XIV “de hecho existía una estrecha relación entre impuestos de guerra y
‘movimientos constitucionales’ (podría haberse expresado como “impuestos de
guerra y reclutamiento”)… Nótese que en las áreas en las que la Revolución de la Infantería no fue
experimentada en su plenitud, como en Francia, la influencia política del común
fue mucho menor que en lugares como Inglaterra, Suiza o Flandes, aun cuando en
Francia los integrantes del común eran bastante acomodados. Esto apoya el
argumento de que el relevamiento de cargas militares del común, conjuntamente
con su creciente bienestar, contribuyeron a aumentar su rol político.
[2] El
incremento de la importancia económica de los burgos también jugó su parte en
la ganancia de poder político, pero la riqueza sólo puede ser cambiada por
poder si la transacción está respaldada por la fuerza. De otro modo, aquel que
cuenta con el poder, probablemente tomará la riqueza sin otorgar concesiones
políticas.
Anexo I
El 11 de julio de 1302, en la ciudad de Courtrai (actual territorio
belga), se enfrentaron dos concepciones y modalidades diametralmente opuestas del
arte de la guerra. Por un lado, las milicias flamencas procedentes de las
ciudades de Brujas, Gante e Ypres. Sus efectivos sumaban unos 9500 hombres, reclutados
en su enorme mayoría entre los miembros de gremios y cofradías (sólo se
contaban unos 400 miembros de la nobleza). Eran exclusivamente tropas de
infantería, armadas con arcos, ballestas, picas o goededags. Por el otro, la caballería pesada francesa integrada por
2500 caballeros y escuderos, apoyados por piqueros, infantes y ballesteros
genoveses mercenarios. En total unos 6500 hombres. Los flamencos, dispuestos a
librar una batalla defensiva, eligieron una posición que dificultaría el avance
de la caballería enemiga: un terreno pantanoso, surcado por zanjas y arroyos,
con el río Lys a sus espaldas. El combate comenzó con un ataque de los
ballesteros que rociaron con sus dardos a los infantes flamencos. Sin embargo, sin
aguardar a que tal ataque debilitara al enemigo, el mando francés, impaciente y convencido de
que una victoria tan fácil como rápida estaba asegurada, ordenó a la caballería
una carga general. Los caballeros se enfrentaron tanto a la rudeza del terreno
como a la firme línea enemiga, que se había sostenido ante la falta de
continuidad del ataque de los genoveses. La masa formada por los caballeros se
lanzó sobre los goededangs con los
que los flamencos formaron una barrera infranqueable contra la que aquellos se
estrellaron, sin poder quebrarla. Siguió una tremenda lucha cuerpo a cuerpo,
ahora con los flamencos cargando sobre la diezmada caballería francesa, que
comenzó a desbandarse. Cayeron más de mil caballeros. Como lo señala Rogers,
citando a Norman Housley, “…Esta
sanguinaria batalla, proporciona un punto de referencia para establecer el fin
de un estilo de hacer la guerra que había alcanzado su punto álgido en el siglo
XIII”
Courtrai
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