En la página FUEGO Y MANIOBRA encontrará la Introducción y capítulos referidos a la guerras en la Edad Media, de la obra del mismo nombre del Dr. Mg. Jorge A.Vigo

6 de abril de 2017

Textos de historia militar medieval

LAS REVOLUCIONES MILITARES DE LA GUERRA DE LOS CIEN AÑOS

Clifford F. Rogers

The Military Revolution Debate”, Editor Clifford J. Rogers, Westview Press, Boulder,Colorado, 1995. Capítulo 3

En lo que consideramos como la parte más trascendente de su trabajo, Rogers dedica una serie de análisis acerca de la significación de la que ha denominado “revolución de la infantería” en lo que hace a su repercusión sobre diversos aspectos que trascienden al marco estricto de la guerra. El más notable de tales aspectos se refiere al protagonismo que poco a poco va logrando una categoría social, integrada por burgueses, campesinos, artesanos y en general por todos aquellos que no formaban parte de la nobleza, el clero y de las jerarquías militares. En una palabra, la plebe. En esta traducción, “Común”, “Comunes” o “Comuneros”. Tal protagonismo, que se proyectará con fuerza en los siglos venideros, surge de la actuación de esta categoría social en la Guerra de los Cien Años como elemento esencial de la “Revolución de la Infantería”.


IMPACTO SOCIAL DE LA REVOLUCIÓN DE LA INFANTERÍA

La significación de la Revolución de la Infantería, que comenzó a dar sus frutos entre las décadas de 1330 y 1340, se extendió mucho más allá de su impacto inmediato en la conducción de la guerra. Que existe una relación entre el poder militar y el poder político es algo por sí mismo evidente. Por ello, no debiera sorprender que la importancia creciente de la infantería del Común en el campo de batalla se reflejara en la influencia política de los comuneros, especialmente en aquellas naciones como Inglaterra y Suiza en los que la Revolución de la Infantería se había manifestado con mayor fuerza.

Es cierto que esta creciente importancia del Común derivaba tanto de la necesidad de los gobiernos para asegurar el apoyo económico de la población para sostener esfuerzos de guerra prolongados como de la necesidad de contar con sus servicios militares [1], aunque parte de las razones por las que los nobles necesitaban el consentimiento del Común antes de disponer de sus bienes para sostener los esfuerzos de guerra radicaba en creciente capacidad de la población para resistir militarmente a la opresión, que en gran parte tenía su origen en la Revolución de la Infantería.

Por ejemplo, en 1340, la administración inglesa no se atrevió a recaudar los impuestos que Eduardo III necesitaba para su guerra en el continente, “por temor a la guerra (civil) y porque el pueblo podría rebelarse antes de dar algo más”. Los Comuneros que adhirieron a la Gran Revuelta de 1381 en Inglaterra, que se había desencadenado por los regresivos impuestos personales de 1377-1380, por lo general estaban armados con arcos largos y su líder, Wat Tyler, había prestado servicios en Francia. No lograron todos sus objetivos, pero tuvieron éxito en la abolición de los impuestos personales. Los gobernantes de la época comprendieron bien esta conexión entre poder político y militar de los Comunes: Carlos VI de Francia dejó de lado su intención de imponer un entrenamiento generalizado de arquería, “si se juntan todos, tendríamos menos poder que los príncipes y los nobles”.

Es algo más que una llamativa coincidencia que los Estados Generales en Francia se hayan reunido por primera vez en el año de la batalla de Courtrai… (véase Anexo I).

En las guerras contra los escoceses y los galeses, el reclutamiento en burgos y condados había cobrado una importancia significativa desde fines del siglo trece. Las tácticas basadas en el uso de los arcos largos se desarrollaron casi simultáneamente con la regularización del Parlamento bajo Eduardo I, y dieron a ese monarca la reputación de ser el padre de ambas innovaciones. Sin embargo no fue sino hasta el reinado de Eduardo III que la importancia de los Comunes en el Parlamento igualó a la de los Lores. Del mismo modo, la importancia de los arqueros igualó a la de los caballeros montados en el campo de batalla.

El primer caso que se registra de una reunión de los Comunes separados de los Lores en el Parlamento, ocurrió en 1332, poco después de la batalla de Duplin Muir, la primera de las grandes victorias logradas por los arqueros ingleses durante el reinado de Eduardo III. En la década de 1340, después que los arqueros hubieron continuado probando su importancia en Halidon Hill (1330), Cadzand (1337) y Sluys (1340), los Comunes habían alcanzado su madurez política.


Hacia la misma época, los Comunes comenzaron a tomar regularmente la iniciativa legislativa, consintiendo nuevos impuestos a cambio de concesiones políticas. En 1352, a mitad de camino entre las batallas de Crécy y Poitiers, a su derecho a establecer impuestos directos, agregaron el control sobre los impuestos indirectos (sobre todo en los derechos de aduana sobre la lana) “En 1369 -escribe el historiador parlamentario G.L. Harris- los Comunes… se habían asegurado todos los poderes que tendrían en los próximos 200 años”.

No intento sugerir que la relación entre estas dos series de acontecimientos sea simple y directa. Sin embargo, pocas dudas caben acerca de que existe una conexión, y la concesión de derechos militares a la población no aristócrata contribuyó al crecimiento de su influencia política[2]. Después de todo, para la mentalidad medieval la profesión de las armas estaba relacionada inseparablemente con los “privilegios” y la “nobleza”. No debiera sorprender entonces que la calificación mínima para conceder a un hombre el derecho de votar en elecciones parlamentarias fuera fijada en tan bajo nivel como 40 chelines de ganancia anual proveniente de la tierra (la misma suma que legalmente lo obligaba a ser dueño de un arco, poniéndolo en la clase de la que se reclutaban la mayoría de los arqueros a pie). Había por lo menos un caso en el que la conexión entre el crecimiento de poder militar y el poder político era bastante simple y directa: como lo ha señalado J.F.Verbruggen, las cofradías flamencas, que proveían el marco para sus reclutamientos comunales, “adquirieron poder político, organizaron sus sistemas legales propios y controlaron sus finanzas” a partir de la batalla de Courtrai.

En un plano menos elevado, el impacto social de la Revolución de la Infantería se hizo sentir en los campos de batalla, con remarcables consecuencias en la concepción europea de la guerra. Durante los regímenes feudales de Europa Occidental, en los siglos doce y trece, la guerra frecuentemente se parecía más a un deporte que a una cuestión seria. En la Guerra de Flandes de 1127, que involucró a alrededor de mil caballeros luchando por un año, sólo uno murió a manos del enemigo… En Bouvines, que Ferdinand Lot describe como “un Austerlitz medieval”, los victoriosos franceses dijeron haber perdido sólo dos caballeros (de un total de 3.000), en tanto podrían haber muerto entre 70 y 100 de los 1500 caballeros alemanes que resultaron derrotados. En Lincoln (1217) murieron tres caballeros y 400 fueron capturados. Orderico Vitales narra que en Brémule (1119), donde se enfrentaron 900 caballeros de dos ejércitos reales, sólo murieron tres. Esta escasa cantidad de bajas caracterizó a la guerra en Europa antes del advenimiento de la Revolución de la Infantería. En Courtrai los franceses perdieron 400 caballeros. Devolviendo el golpe, en Cassel (1328) murieron unos seiscientos flamencos. Azincourt significó la muerte de más de 1.600 caballeros franceses y tal vez otros 8.000 soldados. Más de 8.000 murieron en Verneuil (1424).

Sin lugar a dudas, la Revolución de la Infantería hizo de los campos de batalla de Europa un lugar mucho más sangriento. ¿Cómo puede explicarse este contraste? Orderico Vitalis explica las pocas bajas en Brémule diciendo: “todos estaban blindados con armaduras y se perdonaban unos a otros en ambos lados, por el temor de Dios y la hermandad de armas. Estaban más ocupados en capturar que en matar a los fugitivos”. Con tacto, Vitalis prescinde de lo que debe haber sido la primera de las razones para “perdonarse unos a otros”: el rescate. La frase “cuesta lo que el rescate de un rey” es de uso común en la actualidad para indicar una gran suma de dinero, y por una buena razón: el rescate de Juan II de Francia de tres millones de coronas (500.000 libras) en 1360. Esta cifra fue verdaderamente excepcional…, aunque por cautivos menos encumbrados se pagaron grandes sumas. Henry de Grosmont aparentemente recibió más de 80.000 libras por su parte en el rescate de los prisioneros tomados en Auberoche y Bergerac. El Duque de Alençon percibió 26.000 libras y Bertrand du Guesclin, el soldado de origen humilde que llegaría a Condestable de Francia, unas 11.000 libras. A caballeros menos importantes correspondían rescates menores, pero así y todo capturarlos era preferible a matarlos.  

Mucho cambió cuando la infantería del Común llegó a ser una fuerza importante en el campo de batalla. Sus integrantes, por lo general, no tenían a su disposición grandes sumas para rescate, por lo que su captura carecía de tal aliciente; tampoco compartían “la hermandad en armas” que unía a los caballeros aun de diferentes nacionalidades. Más bien se trataba de lo opuesto: las diferencias de clases entre caballeros y burgueses o paisanos frecuentemente estimulaban una extrema sed de sangre. De Morgarten en adelante, los suizos eran famosos por no dar ni pedir cuartel. Los flamencos en Courtrai no tomaron prisioneros. Los franceses victoriosos en Roosebeke, derrotando a la infantería flamenca, “no sintieron compasión por ellos, no más que la que podrían haber sentido si hubieran sido perros”.

Simples factores técnicos también contribuyeron al incremento de las bajas durante la Revolución de la Infantería. Las picas y los arcos largos, por su propia naturaleza, estaban concebidos para matar al oponente antes de que pudiera estar a distancia adecuada como para alcanzar a quien lo atacaba, y era difícil entonces ofrecer o aceptar la rendición estando alejado. El valor de la pica, además, reposa enteramente en su uso por una formación cerrada y, una vez más, habría sido imposible tomar prisioneros sin romper tal formación. Por cierto, alabardas, goedendags y gujas no mantenían al enemigo a distancia, pero siendo armas lentas y difíciles de manejar, un soldado armado con cualquiera de ellas debía esforzarse para abatir a su enemigo con el primer golpe, porque era improbable asestar un segundo golpe. Y un golpe de alabarda, hecho con un giro total raramente dejaría a la persona golpeada en condiciones de rendirse.


Considerando estos factores sociales y técnicos, no es difícil darse cuenta de la razón por la que los campos de batalla de la Revolución de la Infantería eran tan sangrientos… Desde entonces, los europeos han tenido un acercamiento desacostumbrado a la letalidad de la guerra. Parker ha subrayado la importancia de esta concepción europea de la guerra en las conquistas de los primeros años de la Edad Moderna, aunque no identifica su origen. Parker contrasta la guerra “sangrienta y devoradora” de los europeos con la de los indios narrangansett, que “podían guerrear durante siete años y no matar a siete hombres”. Pero, como se ha visto, lo mismo ocurría en Europa Occidental durante los siglos doce y trece, pero no después del advenimiento de la Revolución de la Infantería.

Tal revolución fue sólo el primero de una serie de periodos de cambios rápidos en la forma de guerrear europea, lo cual significó poner en duda el concepto de una única y omnicomprensiva “Revolución Militar”. Aún cuando la Revolución de la Infantería había alcanzado su desarrollo total, signos tempranos de una próxima “revolución militar”, la Revolución de la Artillería, comenzaban a aparecer.





[1]           Edward Miller ha señalado que a principios del siglo XIV “de hecho existía una estrecha relación entre impuestos de guerra y ‘movimientos constitucionales’ (podría haberse expresado como “impuestos de guerra y reclutamiento”)… Nótese que en las áreas en las que la Revolución de la Infantería no fue experimentada en su plenitud, como en Francia, la influencia política del común fue mucho menor que en lugares como Inglaterra, Suiza o Flandes, aun cuando en Francia los integrantes del común eran bastante acomodados. Esto apoya el argumento de que el relevamiento de cargas militares del común, conjuntamente con su creciente bienestar, contribuyeron a aumentar su rol político.
[2]           El incremento de la importancia económica de los burgos también jugó su parte en la ganancia de poder político, pero la riqueza sólo puede ser cambiada por poder si la transacción está respaldada por la fuerza. De otro modo, aquel que cuenta con el poder, probablemente tomará la riqueza sin otorgar concesiones políticas.

Anexo I 
Courtrai 

El 11 de julio de 1302, en la ciudad de Courtrai (actual territorio belga), se enfrentaron dos concepciones y modalidades diametralmente opuestas del arte de la guerra. Por un lado, las milicias flamencas procedentes de las ciudades de Brujas, Gante e Ypres. Sus efectivos sumaban unos 9500 hombres, reclutados en su enorme mayoría entre los miembros de gremios y cofradías (sólo se contaban unos 400 miembros de la nobleza). Eran exclusivamente tropas de infantería, armadas con arcos, ballestas, picas o goededags. Por el otro, la caballería pesada francesa integrada por 2500 caballeros y escuderos, apoyados por piqueros, infantes y ballesteros genoveses mercenarios. En total unos 6500 hombres. Los flamencos, dispuestos a librar una batalla defensiva, eligieron una posición que dificultaría el avance de la caballería enemiga: un terreno pantanoso, surcado por zanjas y arroyos, con el río Lys a sus espaldas. El combate comenzó con un ataque de los ballesteros que rociaron con sus dardos a los infantes flamencos. Sin embargo, sin aguardar a que tal ataque debilitara al enemigo,  el mando francés, impaciente y convencido de que una victoria tan fácil como rápida estaba asegurada, ordenó a la caballería una carga general. Los caballeros se enfrentaron tanto a la rudeza del terreno como a la firme línea enemiga, que se había sostenido ante la falta de continuidad del ataque de los genoveses. La masa formada por los caballeros se lanzó sobre los goededangs con los que los flamencos formaron una barrera infranqueable contra la que aquellos se estrellaron, sin poder quebrarla. Siguió una tremenda lucha cuerpo a cuerpo, ahora con los flamencos cargando sobre la diezmada caballería francesa, que comenzó a desbandarse. Cayeron más de mil caballeros. Como lo señala Rogers, citando a Norman Housley, “…Esta sanguinaria batalla, proporciona un punto de referencia para establecer el fin de un estilo de hacer la guerra que había alcanzado su punto álgido en el siglo XIII”
© 2017 Rubén A. Barreiro

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