En la página FUEGO Y MANIOBRA encontrará la Introducción y capítulos referidos a la guerras en la Edad Media, de la obra del mismo nombre del Dr. Mg. Jorge A.Vigo

19 de abril de 2015

La frase de la semana.


“Me llamo Katrin, cuidado con lo que represento, castigo a la injusticia”. Katrin, la bombarda…


Dulle Griet
Las bombardas del último periodo medieval eran enormes, costosas y, por lo mismo, con suma frecuencia eran piezas únicas. De allí que fuera costumbre arraigada ponerles un nombre, como una forma de darles individualidad y realce. También se ha dicho que “aparentemente engendraban cierto afecto entre sus constructores, sus propietarios y sus sirvientes”, quienes les asignaban denominaciones diversas. Asimismo, como lo ilustra la frase que motiva este comentario, a menudo se gravaban leyendas vinculadas con su deletéreo propósito. En lo que parece un impensado homenaje a la época caballeresca que estaba en su ocaso, las bombardas, damas al fin para quienes sentían tanto afecto por ellas, con frecuencia llevaban nombres femeninos, aunque a veces acompañados por algún epíteto no del todo halagador. Y, curiosamente, la mayoría de los nombres que han trascendido corresponden a Margarita y sus muchas derivaciones, preferido entre los burgundios, quienes se destacaron especialmente en el desarrollo de la artillería. Así, podemos evocar a la flamenca Dulle Griet (algo así como Margot, la Loca), una robusta bombarda de unas 16 toneladas de peso y un calibre de 640 mm. A la Mons Meg, que ha recalado para siempre en la entrada del Castillo de Edinburgo. Y a la Nigra Margereta, de Guillermo VI, Duque de Holanda.  Las hubo también nombradas Katrin (la de la frase), Fille Gueriette, Katherine, Liete... Pero los nombres a veces apuntaban en otra dirección: El Avestruz era una bombarda encargada por Strasburgo, cuyos proyectiles recordaban los huevos del ave. En otros casos, las referencias eran geográficas, que a veces sólo remitían a la ciudad donde el arma había sido construida: Bourgogne, Auxonne, Luxemburg… Una leyenda adjudica al Papa Pío II haber adquirido dos bombardas, a una de las cuales le puso su nombre y a la otra el de su madre. La famosa Basilica, obra del húngaro Urban y que Mehmed II utilizó durante el asedio de Constantinopla en 1453, se encuentra entre las más famosas. Era un monstruo de 19 toneladas que podía disparar balas de piedra de unos 400 kilos. Para transportarla desde el lugar de su construcción hasta enfrentar las murallas bizantinas, fueron necesarios sesenta bueyes y más de mil hombres, en un viaje que duró cuarenta y dos días. Pese a su horrísona y mitológica denominación, la Basilica no tuvo éxito. A los pocos disparos explotó y, con cruel ironía, Urban murió a causa de ello. Y si de inscripciones se trata, como no transcribir la recordada por Contamine: “Soy el Dragón, la serpiente venenosa que con sus furiosos estallidos quiere ahuyentar a sus enemigos. Juan el Negro, maestro artillero, Conrad, Coin y Cradinteur, todos ellos maestros fundidores, me hicieron en 1476”… 
© Rubén A. Barreiro 2015

1 de abril de 2015

La frase de la semana.


“…En la Batalla de los Dos Reyes, en la cual participaron unos novecientos caballeros, sólo tres murieron. Todos estaban equipados con cota de malla y los miembros de cada uno de los bandos se preservaban unos a otros, por temor a Dios y por la hermandad de armas. Estaban más preocupados por capturar a los fugitivos que por ultimarlos. Como soldados cristianos, no tenían sed de la sangre de sus hermanos, sino que se regocijaban por la justa victoria concedida por Dios, por el bien de la Santa Iglesia y por la paz de los difuntos”. Orderic Vitalis


Orderic Vitalis fue un monje benedictino y gran historiador inglés de origen normando, autor de Ecclesiastical History, en la que se ocupa, en trece tomos, del vasto periodo que va desde el advenimiento del cristianismo hasta el año 1141 (murió al año siguiente). La batalla a la que se refiere es la de Brémule, librada entre Enrique I de Inglaterra y Duque de Normandía y Luis VI de Francia, El Gordo, el 20 de agosto de 1119 en las cercanías de la ciudad francesa de Ruan. Las bajas mortales exiguas eran comunes en la guerra caballeresca. Tanto que Clifford Rogers afirmó, no sin razón, que en los siglos XII y XIII la guerra, en Europa Occidental, se parecía más a un deporte que a un asunto serio. Así, en la Guerra de Flandes (1127) participaron unos mil caballeros. Hubo cinco muertos entre ellos, aunque sólo uno en combate, los cuatro restantes murieron en accidentes (caída del caballo, resbalón en una escalera, etc.). En la batalla de Lincoln (1217) mientras sólo tres caballeros murieron, cuatrocientos fueron capturados. ¿Qué ocurría con los prisioneros? Explica Contamine que un código de guerra caballeresca preveía salvar la vida de los prisioneros, exigiendo un rescate. Pero no parece, al menos en la enorme mayoría de los casos, que esto obedeciera a una mezquina razón crematística. Según dicho autor, estaba relacionado, por un lado, por la “difusión de los valores cristianos en la sociedad militar”, y por el otro, “con la práctica de una guerra en la que unos combatientes…tenían frecuentemente la oportunidad de enfrentarse…de donde surgió la idea de reciprocidad en las situaciones de alternacia entre derrotas y victorias”. En suma: la “hermandad de armas”. Los rescates siguieron (recordemos el que se pagó por la liberación de Juan el Bueno, capturado en la batalla de Poitiers…¡tres millones de coronas, algo así como tres veces lo gastado por Eduardo III en su campaña!), aunque algo comenzó a cambiar a partir de la batalla de Courtrai (1302) cuando las milicias flamencas masacraron a más de mil caballeros franceses y en Casel (1328), en la que  la revancha se llevó a más la mitad de los comuneros flamencos. La guerra comenzaba a retomar su seriedad... 
© Rubén A. Barreiro 2015