En la página FUEGO Y MANIOBRA encontrará la Introducción y capítulos referidos a la guerras en la Edad Media, de la obra del mismo nombre del Dr. Mg. Jorge A.Vigo

25 de octubre de 2015

Efemérides 

25 de octubre de 1415-A seiscientos años de la batalla de Azincourt-25 de octubre de 2015. 

En marzo de 1413 advino al trono de Inglaterra el joven Enrique V. El país que recibió gozaba de una situación que tendía a la prosperidad en lo interno y sin conflictos mayores en lo externo. Tales circunstancias y la inestabilidad existente en el interior de Francia, llevaron al joven monarca a replantear los reclamos dinásticos y territoriales que habían dado origen, especial aunque no excluyentemente, a la Guerra de los Cien Años, con respecto a la cual regía una tregua de veintiocho años acordada en 1396. 

28 de septiembre de 2015

La victoria de Belisario en Palermo y la recuperatio de Sicilia (535 DC). 

Segunda Parte (III)

Mg. Rubén A. Barreiro


VI

El plan de Belisario y su ejecución. Ante la negativa de la guarnición ostrogoda de rendir la plaza, Belisario decidió atacar desde el mar. En el plan que elaboró, debió haber tenido en consideración las siguientes circunstancias:

1. La supremacía casi absoluta de la armada bizantina sobre todo el Mediterráneo (WHITBY, 437), reafirmada por la desaparición de la otrora poderosa flota vándala y la escasa relevancia en cantidad y calidad de la flota ostrogoda.

14 de septiembre de 2015

La victoria de Belisario en Palermo y la recuperatio de Sicilia (535 DC). 

Segunda Parte (II)

Mg. Rubén A. Barreiro


V

La Cala, el puerto de Palermo. Un análisis de las características del puerto de Palermo puede ser útil para arrojar luz sobre algunos hechos que permanecen dentro de las incógnitas planteadas por el poco  común, por lo exiguo,  relato de Procopio. En especial, tal análisis puede conducir a determinar con mayor precisión la cantidad de buques que pudieron haber intervenido en la acción (es decir, qué alcance dar a la expresiones “flota” y “anclaje” usadas por Procopio) y de allí a la cantidad de arqueros que llevaron adelante el ataque. Y en función de ello, finalmente, establecer la importancia del ejército con el que Belisario conquistó la plaza. Recordemos una vez más  lo expresado por el cronista: “Belisario,… ordenó a su flota entrar en el puerto… cuando los buques anclaron allí, se vio que los mástiles eran más altos que los parapetos…”.  

3 de septiembre de 2015

La victoria de Belisario en Palermo y la recuperatio de Sicilia (535 DC). 

Segunda Parte (I)

Mg. Rubén A. Barreiro

IV 

Los buques bizantinos. Tal como lo expresamos en su momento, algunos de los interrogantes que plantea esta acción se refieren a  qué clase de buques participaron en la misma, a su cantidad  y a cómo fue su despliegue en el puerto de Palermo, así como a las dimensiones y condiciones de este último en función de su capacidad para recibir a la flota bizantina de manera tal que esta cumpliera adecuadamente su misión.

26 de agosto de 2015

Efemérides


26 de agosto de 1346 -Aniversario de la batalla de Crécy-26 de agosto de  2015





La singularidad de la batalla de Crécy, librada entre el ejército inglés al mando del rey Eduardo III y el francés del rey Felipe VI, se manifestó no sólo en sus aspectos militares, sino también en ciertas consecuencias políticas y sociales. Va de suyo que todo ello no surgió de manera espontánea en la batalla, sino que en ella se pusieron de manifiesto tendencias que se venían dando desde muchos años atrás. Las formaciones combinadas de arqueros y caballeros desmontados que usó Eduardo III se habían ido desarrollando en las guerras contra escoceses y galeses. La influencia creciente de las clases menos favorecidas en el ámbito político, especialmente en Inglaterra, y resultante de su cada vez más activa participación protagónica en las guerras, había tenido sus primeras manifestaciones a partir de la batalla de Courtrai, un siglo y medio antes. Y fue también en esta última que la Caballería, no solo como instrumento militar sino en especial como un sistema de principios y una forma de vida, comenzó a andar el lento camino hacia su ocaso.

En preparación un estudio sobre el desarrollo de la batalla de Crécy, hemos considerado de interés transcribir algunos párrafos de algunos entre los muchos autores que se han ocupado del tema, de los que surgen lo esencial de la misma y sus consecuencias.

 “La batalla de Crécy fue una revelación para el mundo occidental. Hasta pocos años antes, los ingleses no habían adquirido gran fama como nación guerrera. Sus victorias sobre galeses y escoceses apenas fueron conocidas en el Continente. Las guerras en Francia, bajo Enrique III y Eduardo I, no les trajeron gloria. Parecía fuera de toda expectativa y probabilidad que, superados en una proporción de tres a uno, los ingleses pudieran ser capaces de apabullar a la caballería más formidable de Europa. Pero las enseñanzas de su victoria no fueron totalmente comprendidas sino hasta más tarde. Era obvio que habían vencido, en parte, por su espléndida arquería, y en parte, por la firmeza con que lucharon sus caballeros desmontados. Pero el auténtico secreto fue que el Rey Eduardo había sabido combinar ambas formas de combatir…” (Sir Charles Oman, “A History of the Art of War in the Middle Ages”).

“…Crécy fue una revelación, no sólo para los franceses, sino también para los propios ingleses. Los primeros se sintieron asombrados y los segundos exaltados por aquel hecho de armas…” (J.F.C. Fuller, “Batallas decisivas del mundo occidental y su influencia en la historia”).

“… [Crécy] fue la primera gran batalla entre dos reinos bien provistos militarmente en la que la victoria fue obtenida más por el uso de armas de proyectil que por enfrentamientos cuerpo a cuerpo. En tal sentido, marca el advenimiento de la guerra moderna… La sociedad medieval estaba compuesta por tres clases de gente: los que luchaban (la nobleza y los caballeros), los que rezaban (los monjes y el clero secular) y los que trabajaban (el campesinado en general)… En Crécy todo cambió. A partir de allí, “aquellos que trabajan” se convirtieron en “aquellos que combaten”…” (Ian Mortimer, “The Perfect King”).

El campo de batalla en la actualidad (2009) desde el lugar aproximado donde se desplegó el ejército inglés. A la izquierda el poblado de Wadicourt. Hacia el fondo, a la derecha, Fontaine. La depresión en el centro es el Vallée des Clercs. 
“Era una buena posición, sobre una colina. A la derecha se apoyaba en Crécy, a la izquierda en Wadicourt. Detrás, el bosque de Crécy la protegía contra toda sorpresa por los flancos o la retaguardia. Por  delante, en el Vallée des Clercs, el arroyo de la Maye. Troncos de árboles y carruajes en cantidad bloqueaban todos los resquicios de la   línea de batalla, orientada hacia el Sudeste, hacia la antigua ruta, la  vía romana” (Ferdinand Lot, “L’art militaire et les armées au Moyen Age).

“…la lluvia comenzó a caer del cielo tan copiosamente que era una maravilla de contemplar, y había truenos y relámpagos horribles y abundantes. Antes de la tormenta, por encima de ambos ejércitos volaban bandadas de cuervos, graznando tan ruidosamente como nunca antes se había oído. Muchos sabios caballeros dijeron que se trataba del augurio de una batalla feroz y de un gran derramamiento de sangre. Poco después, se abrió el cielo y comenzó a brillar el sol poniente, pero dando directamente en los ojos de los franceses…” (Jean Froissart, “Chroniques”)

 “No hay persona, a menos que haya estado presente, que pueda imaginar o describir la confusión de ese día. Especialmente la mala conducción y el desorden de los franceses, cuyas tropas eran más numerosas que las inglesas…” (Eugène E. Viollet-le-Duc, “Military Architecture”)

"Jean Le Bel dice que los caballos franceses eran derribados por la arquería y 'se apilaban como montones de cerdos'. El ejército inglés mostró su disciplina rehusándose a abrir sus filas, incluso para tomar prisioneros, valiosos por sus rescates. Ola tras ola, la caballería francesa avanzaba bajo el sol poniente, sólo para quebrarse ante las posiciones de arqueros y caballeros. Probablemente, fueron obstaculizados por los hoyos de un pie de profundidad que Eduardo III había mandado cavar frente a las posiciones inglesas" (Jim Bradbury, "The Medieval Archer").

“Existen dos razones principales de su derrota [de los franceses]. La primera es que los ingleses tuvieron la ventaja incomparable de luchar a la defensiva. Pese a lo poderoso del impacto de su carga, la caballería pesada en el siglo XIV fue, en general, poco eficaz contra tropas desmontadas luchando en posiciones preparadas. Felipe VI tenía conciencia de ello. Fue por tal razón que rehusó atacar a los ingleses en 1339 y 1340. En 1346 asumió el riesgo porque la opinión pública se lo demandaba. La segunda razón fue la superioridad del arco largo sobre la ballesta, nunca tan bien demostrada como entonces… La ballesta, aun en los siglos que siguieron, nunca pudo alcanzar la principal ventaja de su rival, la cadencia de tiro. Podían dispararse tres flechas con un arco largo en el tiempo que insumía a un experto ballestero preparar su arma para un nuevo disparo” (Jonathan Sumption, “The Hundred Years War. Trial by Battle”)

Imagen de encabezado: Schlacht bei Crecy 1346, Stadtgeschichtliches Museum Leipzig, www.europeana.eu/ portal/record/08547

24 de agosto de 2015

La frase de la semana.


“Constantinopla es una ciudad aun más grande que la que surge de su fama. Quiera Dios, en su gracia y generosidad, dignarse hacerla capital del Islam”. Abu’l-Hasan al-Harawi.


“Al-Harawi fue un asceta, un sufí, un erudito, un predicador, un poeta, un peregrino, un emisario y un consejero de gobernantes” (MERI). Y, como si todo eso fuera poco, al-Hawari fue un viajero portentoso, que no dejó de ver “mares y tierras, llanuras y montañas” y, muy de nuestros tiempos, marcó su presencia en muchos lugares con graffitis quecon su nombre, dejaba en los muros a su paso. Fue autor de la más famosa guía de lugares religiosos y de centros de peregrinaje de la época, la que abarcaba un vasto territorio que iba desde el norte de África hasta las fronteras de la India, sin dejar de mencionar los vestigios de antiguas civilizaciones. 

Tampoco le fueron ajenas la diplomacia y lo militar (escribió una obra, Memorias de al-Hawari sobre las estratagemas de la guerra, dedicada en especial a los aspectos éticos del conflicto). En sus muchas andanzas, se entrevistó en Constantinopla con el emperador Manuel Comneno. Fue entonces que, contemplando los monumentos y el esplendor de la ciudad, rogó para que algún día se transformara en la capital del Islam. Al-Harawi murió en 1215 (611 de la Hégira). 

Más de dos siglos después, el sultán Mehmed II llamó a su gran visir, Chalil Bajá, quien, temeroso, se presentó ante su amo con muchas monedas de oro que portaba en una bandeja, a manera de homenaje impuesto por la costumbre. Rechazando el regalo, Mehmed exclamó: “Solo quiero una cosa: entrégame Constantinopla”

Poco tiempo después, el 29 de mayo de 1453, Constantinopla, “esa pequeña isla en el mar otomano”, caía rendida ante las huestes de Mehmed, quedando así consumada la desaparición del milenario imperio bizantino. Y desde entonces, el Islam quedó establecido en la ciudad, tal como al-Harawi lo rogara. 

© Rubén A. Barreiro 2015

14 de agosto de 2015

Las guerras de Bizancio y sus consecuencias territoriales

Mg. Rubén A. Barreiro


2b.      De la formación del Imperio a las guerras de Justiniano (Parte IV)

            A Parte III

La Guerra Gótica. Roma. Primer sitio. El 9 de diciembre de 536, Belisario y su ejército entraron en Roma por la Puerta Asinaria. El Papa Silverio había logrado convencer a los habitantes y defensores de Roma para no oponer resistencia a la fuerza bizantina. “Y Roma volvió a ser de los romanos nuevamente, luego de sesenta años… en el onceavo año de reinado del emperador Justiniano” (PROCOPIO, V.14, 147). El ejército ostrogodo partió de la ciudad por la Puerta Flaminia, pero su comandante Leuderis fue enviado a Constantinopla con las llaves de la ciudad para

7 de agosto de 2015

La victoria de Belisario en Palermo y la recuperatio de Sicilia (535 DC). 

Primera Parte

Mg. Rubén A. Barreiro

I
El 31 de diciembre de 535, el general Flavio Belisario “después de haber recuperado la totalidad de la isla para los romanos, entró en Siracusa, ruidosamente aclamado por el ejército y por los sicilianos, a quienes arrojaba  monedas de oro al azar”. Así narraba Procopio de Cesárea, el gran cronista de las guerras de Justiniano, la culminación victoriosa de la campaña para la reincorporación de Sicilia al Imperio Romano. En realidad, la campaña en cuestión no pasó de ser poco más que un paseo de ciudad en ciudad de la isla, partiendo de Catania, lugar en el que Belisario había desembarcado con sus fuerzas durante el verano de 535. De allí partió a la próxima Siracusa, que capituló sin resistencia y en la cual Belisario estableció su cuartel general. De allí en más, una a una las ciudades a las que arribaban las fuerzas de Belisario se iban entregando de buen grado, facilitando la actitud de la población la escasa o nula presencia de tropas ostrogodas. Ya nos hemos ocupado en otro lugar, con mayor detalle, de las alternativas de la ocupación de Sicilia.

23 de julio de 2015

Las guerras de Bizancio y sus consecuencias territoriales

Mg. Rubén A. Barreiro

2c.      De la formación del Imperio a las guerras de Justiniano (Parte III)

La Guerra Gótica. Antecedentes. En 454 los ostrogodos se establecieron en Panonia y por primera vez lo hicieron dentro de las fronteras del Imperio Romano. Lo hicieron en carácter de foederati por el acuerdo que habían concluido con el emperador Marciano. Poco a poco, Teodomiro, rey de los ostrogodos y su hijo Teodorico, comenzaron a ocupar vastas territorios en los Balcanes, llegando a amenazar a Constantinopla. En una decisión que revela una vez más la pericia diplomática bizantina, el emperador Zenon, convencido de que esta presencia en las provincias ilíricas podría ser “una fuente constante de conflicto y peligro”, envía a Teodorico -quien en 483 ya había alcanzado la codiciada designación de magister militum- a Italia para derrocar al Odoacro, primer rey bárbaro de

3 de julio de 2015

Las guerras de Bizancio y sus consecuencias territoriales (I)


Mg. Rubén A. Barreiro


2b.      De la formación del Imperio a las guerras de Justiniano (Parte II)

La recuperatio imperii en ejecución. Como ya se ha dicho, Justiniano se había propuesto restaurar en su grandeza el Imperio Romano, desalojando para ello a los bárbaros que se habían enseñoreado en lo que había sido el Imperio de Occidente. En Italia, los ostrogodos. En África del Norte, los vándalos. En buena parte de Galia, los francos. En España los visigodos. Ya emprendidas las acciones para ello, en abril de 536 y luego de caer Sicilia en manos del general Belisario, en una de las Novelas, Justiniano incluye un párrafo que es la declaración formal de su propósito. Dice allí: “Dios nos ha concedido la paz con los persas, hacer de los vándalos, alanos y moros nuestros súbditos, y apoderarnos de toda África y Sicilia, y tenemos buenas esperanzas que Él nos permitirá establecer nuestro imperio sobre el resto del territorio que los romanos de entonces dominaron de uno a otro océano y que perdieron por su negligencia” (EVANS, The Age, 126).

16 de junio de 2015

La frase de la semana.


“Abriré una brecha en la línea. Cuiden, mis queridos paisanos y confederados, de mi esposa y de mis hijos…” Arnold Winkelried, en la batalla de Sempach.


El 9 de julio de 1386 se libró la batalla de Sempach, a pocos kilómetros de Lucerna, en Suiza. Allí se enfrentaron los confederados de los cantones de Lucerna, Uri, Schwitz y Unterwald con las tropas del duque Leopoldo III de Habsburgo, integradas por caballeros austriacos y otros de diferente procedencia, así como mercenarios italianos, franceses y alemanes. Se dirimiría en ella la predominancia de uno u otro bando en los territorios situados al sur del Alto Rhin (coincidente con la parte central de la Suiza actual). Ese día la caballería del duque, que avanzaba por la comarca hacia Lucerna y sus alrededores, se encontró inesperadamente con las fuerzas confederadas, inferiores en número. No obstante, estas quedaron dueñas del campo luego de una lucha con diversas alternativas. Winkelried pronunció su frase al cargar contra las lanzas austriacas, atrayéndolas sobre sí de tal manera que sus camaradas pudieron aprovechar la brecha creada por su acción, venciendo al adversario. Con la victoria, desalojar a los austriacos del territorio que ambicionaban sería cuestión de poco tiempo. 

Pero la acción de Winkelried forma parte de los denominados “mitos fundacionales”, los que “pertenecen al género literario de las leyendas, mezclando tradiciones locales y sujetos narrativos de diversos orígenes”Entre los “grandes mitos” de la antigua Suiza, el del sacrificio de Winkelried se suma, por ejemplo, al del “héroe legendario” Guillermo Tell y a ciertos episodios como el “juramento de Grütli” y la destrucción de los castillos austriacos en la misma época. Nunca se ha podido establecer la relación entre estos relatos y los hechos reales. En el caso de Sempach, en las crónicas contemporáneas de la batalla ni Winkelried ni la hazaña que se le atribuye son mencionados. Recién hacia 1476 aparece una mención al hecho en sí y sólo en 1533 aparece Winkelried como su protagonista, y la frase con la que fue a la muerte por su tierra. 

Es en los momentos difíciles e inquietantes de una nación, cuando el potente simbolismo de estos mitos y leyendas contribuye a crear sentimientos profundos de pertenencia y motivación para enfrentar la emergencia: consumada la ofensiva alemana de 1940 con la caída de Francia, y ante la casi certeza de que el próximo objetivo de Hitler sería Suiza, el General Henri Guisan, al mando del movilizado ejército helvético, reunió a sus oficiales pidiéndoles juraran defender el suelo patrio a toda costa. Y lo hizo convocándolos en la mítica y simbólica pradera de Grütli…

© Rubén A. Barreiro 2015

5 de junio de 2015




Las guerras de Bizancio y sus consecuencias territoriales (II)

Mg. Rubén A. Barreiro


2b.      De la formación del Imperio a las guerras de Justiniano (Parte II)
 
 

La secuencia, procedimiento que iremos repitiendo a lo largo de este 

trabajo, sitúa el periodo tratado con relación al anterior y al que le sigue, 

mostrando los cambios territoriales.


19 de mayo de 2015

Las guerras de Bizancio y sus consecuencias territoriales (II)


Mg. Rubén A. Barreiro

2a.         De la formación del Imperio a la reconquista de Justiniano.




Muerte de Teodosio el Grande y división del Imperio Romano. Este periodo comienza con la división del Imperio Romano ocurrida al morir el emperador Teodosio I, el Grande, en el año 395 DC. Desde la época de Diocleciano, el Imperio, inmanejable en muchos aspectos derivados de su enorme extensión territorial, había reconocido una división administrativa, aunque políticamente conservaba su unidad. Arcadio, de 17 años, hijo mayor de Teodosio, queda al frente del Imperio Romano de Oriente, en tanto que Honorio (de solo diez años) es el emperador del Imperio de Occidente. La edad de los nuevos emperadores, hizo que estuvieran sometidos al influjo de dos fuertes personalidades, Flavio Rufino y Flavio Estilicón, respectivamente (Flavio murió en el mismo año, y su influencia pasó primero a Eutropio y luego a la mujer del emperador, Eudoxia).  

9 de mayo de 2015

Las guerras de Bizancio y sus consecuencias territoriales (I)


Mg. Rubén A. Barreiro


Introducción. El Imperio Bizantino [1] constituyó, sin dudas, un notable crisol donde se fundieron las civilizaciones griega y romana: “tradición helenística, tradición romana: la fusión de las dos tradiciones es el imperio bizantino” (BAYNES, 200, énfasis en el original). Al mismo tiempo,  no caben dudas de que el milenio bizantino, esa “agonía de diez siglos” (BAYNES, 7),“…es, sin ninguna duda, la alternancia más extraordinaria entre la debilidad y el éxito que ha conocido la historia del mundo”  (DELBRÜCK, 195). 

19 de abril de 2015

La frase de la semana.


“Me llamo Katrin, cuidado con lo que represento, castigo a la injusticia”. Katrin, la bombarda…


Dulle Griet
Las bombardas del último periodo medieval eran enormes, costosas y, por lo mismo, con suma frecuencia eran piezas únicas. De allí que fuera costumbre arraigada ponerles un nombre, como una forma de darles individualidad y realce. También se ha dicho que “aparentemente engendraban cierto afecto entre sus constructores, sus propietarios y sus sirvientes”, quienes les asignaban denominaciones diversas. Asimismo, como lo ilustra la frase que motiva este comentario, a menudo se gravaban leyendas vinculadas con su deletéreo propósito. En lo que parece un impensado homenaje a la época caballeresca que estaba en su ocaso, las bombardas, damas al fin para quienes sentían tanto afecto por ellas, con frecuencia llevaban nombres femeninos, aunque a veces acompañados por algún epíteto no del todo halagador. Y, curiosamente, la mayoría de los nombres que han trascendido corresponden a Margarita y sus muchas derivaciones, preferido entre los burgundios, quienes se destacaron especialmente en el desarrollo de la artillería. Así, podemos evocar a la flamenca Dulle Griet (algo así como Margot, la Loca), una robusta bombarda de unas 16 toneladas de peso y un calibre de 640 mm. A la Mons Meg, que ha recalado para siempre en la entrada del Castillo de Edinburgo. Y a la Nigra Margereta, de Guillermo VI, Duque de Holanda.  Las hubo también nombradas Katrin (la de la frase), Fille Gueriette, Katherine, Liete... Pero los nombres a veces apuntaban en otra dirección: El Avestruz era una bombarda encargada por Strasburgo, cuyos proyectiles recordaban los huevos del ave. En otros casos, las referencias eran geográficas, que a veces sólo remitían a la ciudad donde el arma había sido construida: Bourgogne, Auxonne, Luxemburg… Una leyenda adjudica al Papa Pío II haber adquirido dos bombardas, a una de las cuales le puso su nombre y a la otra el de su madre. La famosa Basilica, obra del húngaro Urban y que Mehmed II utilizó durante el asedio de Constantinopla en 1453, se encuentra entre las más famosas. Era un monstruo de 19 toneladas que podía disparar balas de piedra de unos 400 kilos. Para transportarla desde el lugar de su construcción hasta enfrentar las murallas bizantinas, fueron necesarios sesenta bueyes y más de mil hombres, en un viaje que duró cuarenta y dos días. Pese a su horrísona y mitológica denominación, la Basilica no tuvo éxito. A los pocos disparos explotó y, con cruel ironía, Urban murió a causa de ello. Y si de inscripciones se trata, como no transcribir la recordada por Contamine: “Soy el Dragón, la serpiente venenosa que con sus furiosos estallidos quiere ahuyentar a sus enemigos. Juan el Negro, maestro artillero, Conrad, Coin y Cradinteur, todos ellos maestros fundidores, me hicieron en 1476”… 
© Rubén A. Barreiro 2015

1 de abril de 2015

La frase de la semana.


“…En la Batalla de los Dos Reyes, en la cual participaron unos novecientos caballeros, sólo tres murieron. Todos estaban equipados con cota de malla y los miembros de cada uno de los bandos se preservaban unos a otros, por temor a Dios y por la hermandad de armas. Estaban más preocupados por capturar a los fugitivos que por ultimarlos. Como soldados cristianos, no tenían sed de la sangre de sus hermanos, sino que se regocijaban por la justa victoria concedida por Dios, por el bien de la Santa Iglesia y por la paz de los difuntos”. Orderic Vitalis


Orderic Vitalis fue un monje benedictino y gran historiador inglés de origen normando, autor de Ecclesiastical History, en la que se ocupa, en trece tomos, del vasto periodo que va desde el advenimiento del cristianismo hasta el año 1141 (murió al año siguiente). La batalla a la que se refiere es la de Brémule, librada entre Enrique I de Inglaterra y Duque de Normandía y Luis VI de Francia, El Gordo, el 20 de agosto de 1119 en las cercanías de la ciudad francesa de Ruan. Las bajas mortales exiguas eran comunes en la guerra caballeresca. Tanto que Clifford Rogers afirmó, no sin razón, que en los siglos XII y XIII la guerra, en Europa Occidental, se parecía más a un deporte que a un asunto serio. Así, en la Guerra de Flandes (1127) participaron unos mil caballeros. Hubo cinco muertos entre ellos, aunque sólo uno en combate, los cuatro restantes murieron en accidentes (caída del caballo, resbalón en una escalera, etc.). En la batalla de Lincoln (1217) mientras sólo tres caballeros murieron, cuatrocientos fueron capturados. ¿Qué ocurría con los prisioneros? Explica Contamine que un código de guerra caballeresca preveía salvar la vida de los prisioneros, exigiendo un rescate. Pero no parece, al menos en la enorme mayoría de los casos, que esto obedeciera a una mezquina razón crematística. Según dicho autor, estaba relacionado, por un lado, por la “difusión de los valores cristianos en la sociedad militar”, y por el otro, “con la práctica de una guerra en la que unos combatientes…tenían frecuentemente la oportunidad de enfrentarse…de donde surgió la idea de reciprocidad en las situaciones de alternacia entre derrotas y victorias”. En suma: la “hermandad de armas”. Los rescates siguieron (recordemos el que se pagó por la liberación de Juan el Bueno, capturado en la batalla de Poitiers…¡tres millones de coronas, algo así como tres veces lo gastado por Eduardo III en su campaña!), aunque algo comenzó a cambiar a partir de la batalla de Courtrai (1302) cuando las milicias flamencas masacraron a más de mil caballeros franceses y en Casel (1328), en la que  la revancha se llevó a más la mitad de los comuneros flamencos. La guerra comenzaba a retomar su seriedad... 
© Rubén A. Barreiro 2015

28 de marzo de 2015




Handgonnes, los  “cañones de mano” medievales.

Conclusión

Mg. Rubén A. Barreiro

El handgonne, arma de fuego y de combate cuerpo a cuerpo. Algunos handgonnes estaban construidos con formas especiales que permitían que cuando la lucha se tornaba en un cuerpo a cuerpo, podían utilizarse como hachas o mazas, tal como se muestra en las ilustraciones (GREENER,  46 ; DELBRÜCK, 38.)

25 de marzo de 2015

Handgonnes, los  “cañones de mano” medievales.

Tercera Parte

Mg. Rubén A. Barreiro

La operación del handgonne.  Importancia del tema. El handgonne, a través de sus variadas versiones y durante el lapso en que fue utilizado, no tuvo un carácter gravitante y menos aún, decisivo, en los combates y sitios en que participó. Competía, con notorias desventajas, con el arco largo y la ballesta.  Pero fue un precursor, un punto de partida, que desembocó en las armas de fuego individuales que sí constituyeron un elemento relevante en las “revoluciones militares” habidas a partir del siglo XVI. Es por tal razón que el estudio de la operación del handgonne mostrará cómo se llegó, por el camino del ensayo y error, a aquellas armas que alcanzaron, ellas sí, resultados decisivos en la historia de la guerra.

21 de marzo de 2015

La frase de la semana.


¿De qué servirán en adelante la astucia de los hombres de armas, su prudencia, su fuerza, su audacia, su bonhomía, su disciplina militar y su deseo de honor, si en la guerra se ha permitido el empleo de tales invenciones?  Anónimo.


Con esta frase, su anónimo autor evocaba la muerte de uno de los “caballeros sin miedo y sin reproche” de fines de la Edad Media y comienzos del Renacimiento, Louis de Tremoille, y las invenciones mentadas eran las armas de fuego y, para el caso, los arcabuces, con uno de los cuales un soldado español dio muerte al general francés en la batalla de Pavía. Por cierto, frases con el contenido de la transcripta han acompañado la aparición de nuevas armas o la utilización de algunas consideradas como símbolos de cobardía o de inmoralidad, pese a lo cual y en la gran mayoría de los casos, se siguieron usando... Lico, el personaje del Heracles o Heracles Furioso de Eurípides, desprecia a Hércules: “adquirió su reputación de bravura… luchando con animales. Pero, por lo demás, sin ningún coraje. Jamás ha sostenido un escudo en su brazo izquierdo ni enfrentado una lanza, aunque llevando un arco, la más cobarde de las armas, siempre estaba listo para huir. Lo que prueba la valentía de un guerrero, no es el tiro al arco, sino aguardar, el ojo avizor, el asalto de un mar de lanzas y defendiendo su puesto”. Y Plutarco recuerda a Archidamus, rey de Esparta, cuando al ver el proyectil lanzado por una catapulta, exclamó: ¡Por Hércules! Ha muerto el coraje del hombre! John Hale cita al teólogo renacentista Heinrich Salmuth: "¿Qué dijo el laconio al ser herido por un dardo? No me peocupa la muerte, sino haber caído por una herida provocada por un enclenque arquero” (otro de los “deméritos” de arcos, ballestas y armas de fuego era que no requerían, según sus detractores, demasiada destreza o fuerza física para usarlas). Soldados armados con ballestas, handgonnes o arcabuces, en muchos casos fueron muertos al caer prisioneros por el hecho de usar esas armas, que “mataban a la distancia y sin peligro para el que las usaba” (esto último era, por cierto, más que relativo...). La ironía, que tal vez el anónimo autor no tuvo en cuenta, es que la infantería del ejército francés en Pavía, del que el señor de Tremoille era uno de los jefes destacados, también estaba armada con arcabuces, que habían reemplazado desde hacía un tiempo a las tan temidas y denostadas ballestas.
© Rubén A. Barreiro 2015

12 de marzo de 2015

Handgonnes, los  “cañones de mano” medievales.


Segunda Parte

Mg. Rubén A. Barreiro

Características del handgonne. Los primeros ejemplares de handgonne consistían en un cañón de hierro o bronce, cuya sección exterior podía ser redonda, hexagonal u octogonal. La boca del cañón tenía en algunos casos un reborde, para reforzar el área de salida de los gases, donde estos son más fuertes  . En el ánima del cañón, la parte posterior, es decir la recámara donde se aloja la pólvora , era de un diámetro inferior al del resto ③. En la parte exterior, en cambio, dicho diámetro era mayor  ,  refuerzo necesario teniendo en

6 de marzo de 2015

Handgonnes, los  “cañones de mano” medievales.

Primera Parte

Mg. Rubén A. Barreiro

Sumario.

Primera Parte

Las primeras armas de fuego en Occidente.
Aparición del handgonne.
¿Cómo se llega al handgonne?

Segunda Parte
Características del handgonne.
Una variante: el hackbut.
Un avance del handgonne: el culverin o culebrina de mano.

Tercera Parte 

La operación del handgonne.
El handgonne, arma de fuego y de combate cuerpo a cuerpo.
Handgonne vs. arco largo y ballestas.
Significación de la aparición y uso del handgonne.
Anexo I  El handgonne en batalla
Anexo II Sobre la llave de mecha (matchlock)         
Bibliografía.

Las primeras armas de fuego en Occidente. 
Para describir un mismo fenómeno, el de la aparición y empleo de las armas de fuego durante la última parte de la Edad Media, se ha hablado de “revolución de la pólvora” (PARKER, passim; MCLACHLAN, 7) y de “revolución de la artillería” (ROGERS, 64-76.) Prescindiendo de cuestiones semánticas, puede decirse que una u otra revolución comenzó cuando se descubrió que la pólvora, siempre hablando de su uso militar, además de sus efectos incendiarios y explosivos, tenía la capacidad de actuar como propulsor. Esto es,  impulsar con los gases originados por su combustión a un proyectil alojado en un tubo metálico (FRISCHLER, 217.) [1] Y, por consiguiente, dotar al proyectil de un poder de penetración (DELBRÜCK, 27.) Una variante de gran interés es aquella que expresa que “la real invención que condujo de la pólvora al disparo [de un proyectil] fue la invención del proceso de carga [del arma]” (DELBRÜCK, 27.) Volveremos sobre este concepto al tratar de la “operación del handgonne”.


20 de febrero de 2015

La frase de la semana.


“No es del oficio de un caballero combatir a pie… ignoro la razón por la que el Emperador piensa comprometer a tanta nobleza con sus infantes, alguno de los cuales es zapatero, otro panadero, otro sastre y así por el estilo, a ninguno de los cuales ha sido encomendada la gloria como a nosotros…” Pierre Terrail, Señor de Bayard.


Estando a los límites que impone la periodización, la frase que comentamos fue vertida cuando ya la Edad Media había quedado atrás. Pero es preciso recordar una vez más que en el entretejido constante que existe entre guerra y sociedad, deben analizarse aquellas manifestaciones que hacen precisamente a esa relación, más allá de las necesarias aunque relativas divisiones temporales entre diferentes épocas. 

Durante el sitio de Padua (septiembre de 1509, en el marco de la llamada Guerra de la Liga de Cambrai), Maximiliano I, emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, ordenó que “al sonar el gran tambor, que será hacia el mediodía”, los caballeros franceses debía asaltar la fortaleza defendida por los venecianos, junto con “sus infantes” (“avec mes piétons”), los famosos lasquenetes. Cuando Pierre Terrail, Señor de Bayard, “el buen caballero sin miedo y sin tacha”, pronuncia las palabras transcriptas como componente del contingente francés comandado por Jacques de la Palisse, no lo hace, creemos, movido por un sentimiento de arrogancia o exclusión frente a la gente “del común”, sino como una patética defensa de un conjunto de principios y creencias que hacía a la esencia de su vida: la Caballería. 

Desde Courtrai en adelante, los caballeros habían continuado guerreando con sus códigos de conducta, acumulando desastres y apenas algunas victorias que sólo prolongaron el ocaso. Crécy, Nicópolis, Azincourt… Algunos de sus camaradas pudieron asimilar los enormes cambios que se estaban dando tanto en la conformación de los ejércitos, en las armas y en la táctica, participando de los mismos. Tal como lo señala Delbrück, en esa misma época, “la participación de los nobles tenía especial significación en el entrenamiento de los lasquenetes”. Bayard, con tantos otros, prefirió continuar en el camino elegido. Fue un héroe cabal, cuya memoria es preservada como ejemplo de honor y conducta.  Y así, herido en combate y ya moribundo, responde a quien se apiada de él, antiguo camarada y entonces enemigo: “Señor, os agradezco. No es necesario que me tengáis piedad, muero como un hombre de bien, sirviendo a mi rey. Hace falta tenerla de vos, que habéis empuñado las armas contra vuestro príncipe, vuestra patria y vuestro juramento”.
© Rubén A. Barreiro 2015

13 de febrero de 2015

La frase de la semana.


“¡Aur, aur… Desperta ferro!" (Escucha, escucha… Despierta hierro.) Grito de guerra almogávar


Que desde los tiempos más remotos, los hombres han entrado en batalla unos contra otros profiriendo gritos y entonando cantos, es cuestión que ha sido abordada desde múltiples ángulos, especialmente por aquellas disciplinas relacionadas con el comportamiento humano (antropología, sociología, psicología, etc.) 

Las razones para tal conducta son conocidas a través de tales estudios: atemorizar al enemigo, mostrar cohesión y determinación, expresar una identificación con determinada causa, estimular el propio coraje y el de los camaradas… Obviamente, en determinadas circunstancias, tales expresiones debieron morigerarse o prohibirse, tanto por razones disciplinarias como las relacionadas con determinada situación táctica (un ejemplo de ello puede encontrarse en el Strategikon, del emperador Mauricio.) 

Por cierto, los almogávares no eran una excepción, quizás eran más bien lo contrario: antes de entrar en batalla entrechocaban sus armas entre sí y con las piedras de los alrededores, haciendo saltar chispas, mientras vociferaban el “desperta ferro”, aterrando de tal modo al enemigo, que alguno de ellos dejó para la posteridad la impresión causada: “¡Dios mío! ¿Esto qué será? Nos hemos encontrado con los demonios, que quienes despiertan al hierro parece que han de herir en el corazón, y me parece que hemos topado con lo que íbamos buscando”. 

Para ampliar en la historia de esta singular infantería ligera y mercenaria, puede consultarse la obra de Chusé L. Bolea Robles y, ¡cómo no! , la evocación de Arturo Pérez Reverte de uno de los episodios más singulares y significativos de la trayectoria almogávar: las vicisitudes de la Gran Compañía Catalana en Anatolia y Grecia, con su inquietante secuela de batallas, traiciones y terribles venganzas…

© Rubén A. Barreiro 2015

6 de febrero de 2015

Guerras de Bizancio   

Apuntes sobre la batalla de Dara (530 DC) 

Mg. Rubén A. Barreiro 

Tercera Parte II

Segundo y decisivo día. Cartas y arengas. Durante el transcurso de la mañana, nada ocurrió. Belisario y Firaz se intercambiaron cartas. Siempre estando al relato de Procopio [1], en la primera de sus cartas, Belisario pedía a Firaz que se retirara, teniendo en cuenta que ambos soberanos aspiraban a la paz y en la zona se encontraban negociadores que estaban próximos a acordar sobre todos los puntos en disputa. Firaz contestó que no creía en las promesas de los romanos, siempre dispuestos a hacerlas pero que difícilmente las cumplían. Agregando, “de ahora en más, mis queridos romanos, estarán obligados a hacer la guerra contra los persas”.